El animal hijo de una casta de toros españoles nació en la finca Santa Teresa y fue herido de muerte con una banderilla envenenada en una corraleja en la población cordobesa de Carrillo, por el hermano de una de sus 40 víctimas que el Balay había matado días antes en una corraleja en Corozal, Sucre.
Estuvo varios días en cuidados intensivos rodeado de los mejores médicos veterinarios quienes luchaban por salvarle la vida a él, y de paso a don Arturo, porque para nadie era un secreto que el toro famoso era su niño consentido. Todo ese esfuerzo científico fue infructuoso porque el Balay murió en San Pelayo.
Pero el Balay no ha muerto. Don Arturo Cumplido lo embalsamó con su efigie cachiencontrada, valiente, de color bayo, parecido, según don Arturo Cumplido, su orgulloso dueño, al recipiente artesanal que tejen los habitantes de San Andrés de Sotavento y que sirve para todo, hasta para echarle los malos pensamientos.
Hoy es toda una atracción este toro valiente y ligero como un rayo en su finca en las afueras de Sincelejo, San Cayetano.
Mucho menos morirá el Balay cuando el compositor Julio Fontalvo le hizo un porro alegre y a la vez sentimental. El autor de temas como ‘Río Seco’, ‘Río Crecido’ y ‘Mírala Cómo Va’, entre otros, quiso que el ‘Toro Balay’ figurara en el cuadro de honor de temas como ‘El Toro Negro’, ‘El Diablo’, ‘El Arrancatetas’, entre otros, toros que por sus excepcionales virtudes fueron premiados con un porro “bien jalao”.
Don Arturo recuerda al Balay como un toro sencillo, bayo, cuyos cuernos eran su principal fortaleza. Las lágrimas lo traicionan cuando recuerda aquel nefasto día de un año que por fortuna olvidó para que no hiciera más estragos en su corazón la visión del toro que con la mirada le imploraba que no lo dejara morir.
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